20111216

CHOQUE DE REYES .Capítulo 5 / 6


Choque de Reyes.Capítulo 5.Tierra de hielo y muerte

Según los viejos mapas de Sam, la aldea se llamaba Arbolblanco. A Jon no le parecía ni que fuera una aldea. Cuatro casas ruinosas de una estancia cada una, edificadas con piedras sin cementar, y al lado un redil vacío y un pozo. El tejado de las casas era de hierba, y en vez de postigos en las ventanas había pieles andrajosas. Y sobre ellas, se
cernían las ramas blancas y las hojas color rojo oscuro de un arciano de proporciones monstruosas.
Era el árbol más grande que Jon Nieve había visto jamás, el tronco tenía casi dos metros y medio de ancho, y las ramas eran tan largas y abundantes que la aldea entera quedaba a su sombra. Pero el tamaño no era tan inquietante como la cara... sobre todo la boca, que no era un simple tajo, sino un hueco mellado en el que habría cabido una
oveja.«Pero esos huesos no son de oveja. Y lo que hay entre las cenizas no es un cráneo
de oveja.»
—Un árbol muy viejo —comentó Mormont desde su caballo, con el ceño fruncido.
—Viejo —asintió el cuervo posado en su hombro—. Viejo, viejo, viejo.
—Y poderoso. —Jon percibía claramente su poder.
Thoren Smallwood, con su negra coraza y su cota oscura de malla, descabalgó junto al árbol.
—Mirad qué cara. No me extraña que los hombres le tuvieran miedo cuando llegaron a Poniente. Me encantaría clavarle una buena hacha.
—Mi señor padre decía que delante de un árbol corazón no es posible mentir —
dijo Jon—. Los antiguos dioses saben cuándo mienten los hombres.
—Lo mismo creía mi padre —dijo el Viejo Oso—. Quiero ver de cerca ese cráneo.











Choque de Reyes.Capítulo 6.La Corona de Invernalia

La corona de su hijo estaba recién salida de la forja, y a Catelyn Stark le pareció que era un gran peso sobre la cabeza de Robb.La antigua corona de los Reyes del Invierno se había perdido hacía ya tres siglos,cuando Torrhen Stark se arrodilló en gesto de sumisión ante Aegon el Conquistador.
Nadie sabía qué había hecho Aegon con ella, pero el herrero de Lord Hoster era un buen artesano, y la corona de Robb se asemejaba mucho al aspecto que, según las leyendas, tenía la que había ceñido las frentes de los antiguos Stark: un aro abierto de cobre batido, con incisiones en forma de las runas de los primeros hombres, y por encima
nueve púas de hierro negro labradas en forma de espadas. Nada de oro, plata ni piedras preciosas; los metales del invierno eran el bronce y el hierro, oscuros y fuertes para combatir contra el frío.
En la gran sala de Aguasdulces, mientras esperaban a que el prisionero compareciera ante ellos, vio cómo Robb se echaba la corona hacia atrás de manera que reposara sobre su espeso cabello castaño rojizo; a los pocos momentos se la volvió a
mover hacia delante; más tarde le dio un cuarto de vuelta, como si así la fuera a sentir más cómoda en la frente.
«No es fácil llevar una corona —pensó Catelyn mientras lo contemplaba—. Y menos para un niño de quince años.»
Cuando los guardias llevaron al cautivo a su presencia, Robb pidió su espada. Olyvar Frey se la ofreció con el puño por delante, y su hijo la desenvainó y se la puso cruzada sobre las rodillas, a modo de amenaza evidente para todos.
—Alteza, aquí está el hombre que habéis ordenado venir —anunció Ser Robin Ryger, capitán de la guardia de la Casa Tully.
—¡Arrodíllate ante el rey, Lannister! —gritó Theon Greyjoy.
Ser Robin obligó al prisionero a ponerse de rodillas.